Empezaba a oscurecer y Jeff Reder se dirigía a un granero cerca de Hancock, Nuevo Hampshire. Con lápiz y papel en mano, comenzó a contar —murciélagos, claro.
Reder es uno de tantos ciudadanos científicos que han ayudado a los investigadores este verano. En Nuevo Hampshire y otros estados, estos voluntarios rastrearon murciélagos para averiguar el tamaño de sus poblaciones. Todo forma parte de un esfuerzo por salvar a los murciélagos de una enfermedad mortal, llamada síndrome de la nariz blanca (SNB).
Estos animales alados pasan el verano en lugares cálidos, oscuros y tranquilos, como los graneros. Por la noche alzan el vuelo en busca de comida y bebida. Es entonces cuando el recuento de murciélagos se complica.
“A primera hora de la tarde se pueden ver —explicó Reder—. Pero a medida que oscurece y vuelan hacia los árboles, no hacia el cielo abierto, es más difícil contarlos”.